Valerija
Sieceniece, Alma
Dreimane y Hilda
Zemzare estaban
entre los
deportados del
14 de junio que
dejaron la
historia de sus
vidas con el
proyecto de
Historia Oral
Nacional Letona.
Por su parte,
Ruta U. dej� un
registro escrito
en la forma de
memoria. Era una
joven letona
tambi�n exiliada
a Siberia el 14
de junio como
miembro de la
familia de un
supuesto
"enemigo del
estado".
Las autoridades
sovi�ticas
arrestaron a
Ruta, de catorce
a�os, en su casa
junto con sus
hermanas, de
doce y nueve
a�os, y su madre
y abuela. Por
cinco a�os
sufri� hambre,
fr�o y duro
trabajo antes de
que se le
permitiera
regresar a
Letonia, s�lo
para ser
deportada otra
vez unos pocos
a�os m�s tarde.
Cuando la
liberaron su
salud estaba
destruida, y
Ruta muri� en
1957. Ella
registr� sus
tempranas
experiencias en
un diario que
amigos
americanos de la
familia sacaron
de contrabando
fuera de la
Letonia dominada
por los
sovi�ticos en
1967. El
"Querido Dios,
yo quer�a vivir"
de Ruta U. fue
publicado
originalmente en
let�n en 1977 y
traducido al
ingl�s en 1980,
usando s�lo la
primera inicial
del nombre de su
autora para
proteger a su
padre y
hermanas, que
todav�a viv�an y
estaban bajo el
sistema. Su
memoria es un
importante y
�nico suplemento
de las
experiencias de
su tiempo. La
integraci�n de
este diario
publicado con
las historias de
vida colectadas
expanden las
experiencias
representadas
incluyendo la
voz de una chica
joven, raramente
incorporada, y
frecuentemente
desatendida en
los an�lisis
hist�ricos
tradicionales.
En Letonia, las
autoridades
sovi�ticas
usualmente
separaban a los
hombres de sus
familias, muchos
permanentemente,
y los encerraban
en vagones de
transporte
separados para
deportarlos.
Grupos
operativos a
cargo de las
deportaciones
transfer�an a
esos prisioneros
a los campos de
trabajo
reformatorio
llamados Gulag,
donde sus casos
eran
supuestamente
investigados.
Entonces
sentenciaban a
los prisioneros
a muerte o a
5-10 a�os de
encarcelamiento
en campos de
trabajo forzado.
De los 5.263
hombres
arrestados el 14
de junio de
1941, un
estimado de 700
fueron
disparados,
mientras 3.441
murieron
encarcelados.
Por tanto,
alrededor de un
quinto
sobrevivi� al
encarcelamiento.
Al mismo tiempo,
el sistema
sovi�tico
exiliaba a los
miembros de la
familia de los
arrestados sin
siquiera la
pretensi�n de un
juicio o
investigaciones,
transfiri�ndolos
a remotos
distritos en
Siberia o
Kazajst�n. El
arresto de la
cabeza de
familia serv�a
como base para
la deportaci�n
de los
familiares
restantes.
Las autoridades
sovi�ticas
generalmente
daban a las
familias enteras
menos de una
hora para
prepararse para
el viaje. Pocas
personas
entend�an lo que
les estaba
pasando. Los
guardias
sovi�ticos
permit�an que
los deportados
llevasen consigo
s�lo lo que
podr�an cargar y
el Estado
confiscaba todo
lo que quedaba
detr�s. Este
proceso
indudablemente
dej� un impacto
psicol�gico en
los deportados y
es mencionado
por muchos
prisioneros como
una experiencia
de cambio
absoluto de
vida, una
transformaci�n
de lo familiar a
la abrupta
ambig�edad de lo
que vendr�a. No
hab�a tiempo
para
reflexionar, y
los deportados
ya no ten�an
control sobre
sus propios
futuros.
Los cuatro
relatos bajo
investigaci�n
aqu� comienzan
antes del evento
traum�tico, en
un tiempo en que
las v�ctimas no
estaban
conscientes de
la tormenta que
se avecinaba.
Miraban las
cosas pasar a
otros pero
todav�a con
relativa
normalidad. Ruta
U. recuerda que
toda la noche
del 13 al 14 de
junio escuch�
camiones, muchos
m�s de los
normales, yendo
y viniendo. Tras
el desayuno ella
y su madre
salieron al
mercado, dejando
a sus dos
hermanas menores
en casa. El
punto de inicio
de su narraci�n
cuenta algo
sobre la
experiencia
emocional de la
deportaci�n como
un episodio
traum�tico en su
vida. El
contraste entre
la vida
ordinaria yendo
al mercado, y el
arresto y terror
de la
subsiguiente
deportaci�n es
muy remecedor en
su relato.
Mientras Ruta y
su madre
caminaban, un
cami�n tras
otro las
pasaban, todos
cargados con
gente y sus
pertenencias:
"Mujeres y ni�os
estaban
sollozando y
lloriqueando
(...) Los
camiones
proced�an
lentamente,
deliberadamente;
los n�meros de
las casas eran
chequeados. Los
hombres buscaban
cierta direcci�n
(...) De pronto,
un cami�n se
detuvo, justo en
nuestra puerta
(...) Totalmente
desconcertada,
me par� all�,
incapaz de
moverme. Comenc�
a temblar, con
escalofr�os".
Ocho guardias
irrumpieron en
la casa de Ruta.
Le dijeron a
ella, a su
madre, abuela y
las
dos hermanas que
empacaran unas
pocas cosas
necesarias y
estuvieran
listas para
salir, pero no
les dijeron a
d�nde las
llevar�an. Seg�n
Ruta, las
mujeres llenaron
maletas y sacos
con pertenencias
y rellenaron
cestas de mimbre
con comida.
"Los chekistas
nos apuraban
para que
termin�ramos y
subi�ramos al
cami�n".
En el caso de
Alma Dreimane,
le dijeron que
simplemente
ten�a que ir a
Tukums, una
ciudad en
Letonia, a
firmar algunos
papeles. Esta
madre de treinta
y dos a�os dej�
a sus hijas,
golpeadas por la
fiebre
escarlata,
detr�s en
Letonia con la
abuela. Que le
dijeran que
ten�a que firmar
papeles era un
gran contraste
con los horrores
que seguir�an.
En su entrevista
oral, Dreimane
recuerda su
detenci�n:
"Luego viene un
hombre... Dice:
"Tiene que venir
a casa. Tiene
que ir a Tukums
a firmar algunos
documentos
all�"... Y
ahora... Bien,
si debo ir,
entonces debo
ir. Entonces
voy. �l me sigue
detr�s, en lugar
de a mi lado. En
la casa de un
vecino hay un
hombre joven, un
compa�ero m�o de
clase. En ese
momento est�
trabajando,
arando. Vamos a
donde �l est�
trabajando, a la
orilla del
camino. Y �l me
dice: "Querida
Alma, �a d�nde
est�s yendo?".
Yo le digo: "No
s� a d�nde me
est�n llevando.
Si me pondr�n en
prisi�n o me
disparar�n". Sus
manos caen a los
lados. Y el otro
hombre masculla
tras mi espalda.
Pero lo
principal era la
caminata de �l
sigui�ndome
detr�s. S�. Veo
en el camino un
cami�n lleno.
Soy la �ltima.
Entonces
entramos para
que busque
cosas... Veo que
tambi�n tienen
ni�os peque�os.
Entrevistador,
Baiba Bela
Krumina: �En el
cami�n?
Alma: S�. Ahora
yo... no
entiendo. No
entiendo... qu�
llevar y qu�
dejar.
E: �Y le han
dicho que s�lo
ser� llevada a
Tukums para
firmar algunos
documentos, nada
m�s?
Alma: S�. Y un
ruso est�
dici�ndome que
tome todas mis
pertenencias. El
oficial ruso.
E: �Y qu� le
dice? �No le
dice que ser�
llevada lejos?
Alma: Bien,
dice: "Lleve
algo". Tomo una
almohada, una
manta y una
s�bana. �l dice:
"Lleve toda la
ropa del lecho".
Usted sabe, me
fui s�lo con las
ropas en mi
espalda�.
Los guardias
llevaban a los
prisioneros como
si fueran
animales, en
vagones de
ganado y de
carga, en los
cuales pasaban
varias semanas,
algunos incluso
meses. Ruta U.
recuerda que en
su carro hab�a
cuatro
camastros, dos a
cada extremo.
Sin embargo,
hab�a m�s de
treinta personas
en el vag�n ya,
y todo el d�a
llegaron nuevos
prisioneros. La
comida no era
provista
regularmente. A
pesar de la
dureza, el
relato de Ruta
es una evidencia
de la
benevolencia
humana y el
mutuo apoyo
entre los
deportados en
esta hora
traum�tica. Su
historia muestra
la determinaci�n
por preservar la
humanidad en
medio de lo
insoportable. En
ese vag�n de
ganado su
familia con
frecuencia vivi�
de la
generosidad de
otros
prisioneros,
algunos de ellos
extra�os. Un
peque�o episodio
del arresto es
significativo y
permaneci� con
Ruta como una
tenue esperanza
en sus luchas.
Ella cre�a que
su padre hab�a
escapado.
"Antes de
nuestra partida
un chekista vino
corriendo y se
detuvo fuera del
carro, llamando
a mi padre por
su nombre.
�Entonces no
hab�a sido
encontrado!
Nuestros
corazones se
aliviaron,
porque ahora
hab�a esperanza
de que quiz�s
pudiera salvarse
y quedarse en
Letonia. Una
situaci�n que
bien podr�a
apresurar
nuestro retorno.
Poco despu�s de
la medianoche
del 15 de junio
dejamos Riga,
dirigi�ndonos a
destino
desconocido, y
un futuro
desconocido. La
noche era oscura
y llena de
terror... �Tanta
tristeza y
aflicci�n!
Parec�a como si
esa noche toda
la tierra letona
estuviera
temblando con
dolor y
l�grimas�.
El tren fue
lentamente a
Siberia. En el
camino los
letones
encontraron
trenes cargados
desde Lituania y
Estonia. A
trav�s de la
peque�a y
austera ventana
Ruta pudo ver
s�lo mujeres y
ni�os. Como
revelaba en su
narraci�n de
jovencita, se
identific�
estoicamente con
otros ni�os en
su viaje,
usualmente
aquellos m�s
peque�os y
d�biles que ella
misma. Record�
que muchos ni�os
peque�os en su
vag�n perecieron
en el camino,
incapaces de
soportar las
miserables
condiciones. Sus
peque�os cuerpos
fueron
enterrados cerca
de las v�as del
tren. De hecho,
muchas v�ctimas
murieron,
especialmente
los infantes,
los enfermos y
los ancianos.
Valerija
Sieceniece
recuerda en su
entrevista la
llegada:
"Nuestra
estaci�n final
fue en
Novosibirsk. Se
nos hizo a todos
tomar nuestras
pertenencias y
salir del tren.
Yo baj� (...).
Estaba parada
all� con mis
cosas, y de
pronto Spilva
corri� hacia mi
y dijo: "�Tu
madre est�
aqu�!". Dej�
todo y corr� tan
r�pido como pude
y not� una mujer
peque�a y
p�lida. Ca�mos
una en brazos de
la otra y nos
abrazamos, y
entonces tuve la
energ�a para
vivir".
Sin embargo,
casi
inmediatamente
los guardias
sovi�ticos
forzaron otra
vez a los
prisioneros a
entrar en un
barco para
llevarlos m�s
profundamente
dentro de
Siberia. Despu�s
de alrededor de
un mes de viajar
en tren y barco,
finalmente
alcanzaron su
destino.
Sieceniece
contin�a
describiendo su
nuevo hogar y
provisiones.
Comunica los
detalles del
vestuario y la
apariencia
general de la
gente que
encontr� a su
llegada.
"Nos bajamos en
una villa
llamada Kuchi en
la regi�n
Parabel. All�
ten�amos que
llegar. Los
locales se
hab�an reunido a
lo largo de la
costa del r�o.
La vista era
demasiado
pat�tica.
Estaban vestidos
tan pobremente,
todos con ropa
sucia. �Puede
imaginarlo? All�
no hab�a
colores. Estaban
demacrados. Los
ni�os descalzos
y con los
est�magos
hinchados, con
grandes ojos en
sus cabezas
peque�as,
vestidos con la
chaqueta de su
madre o su
padre, tambi�n
vinieron
corriendo. Y
todos miraban a
esta gente con
gran asombro...�.
La lucha por la
supervivencia
Hilda Zemzare
fue exiliada al
Territorio
Krasnoyarsk
con su hija y su
madre. Ella
cuenta las
luchas de casi
200 personas,
casi todas
mujeres y ni�os,
que fueron
llevadas a la
villa de
pescadores
Agapitovo. Los
deportados
instalaron
tiendas.
"Ten�amos que ir
a trabajar. Las
balsas estaban
congeladas en el
Yenisei, y
tuvimos que
cortar y tirar
grandes troncos
a tierra (...).
Tambi�n hab�a
grandes fibras
all�. Las
cortamos, luego
las secamos y
tejimos trenzas
y cosimos algo
as� como
zapatillas para
usar en nuestros
pies. No
ten�amos nada,
por supuesto,
s�lo peque�os
zapatos.
Entonces
estuvimos m�s
tibias. As� era".
Ruta y su
familia se
refugiaron en un
antiguo establo
de ganado cuando
no encontraron
ning�n otro
alojamiento. Las
mujeres
acomodaron un
refugio para s�
mismas, una
tarea
t�picamente
masculina en la
sociedad letona.
Eliminaron el
esti�rcol con
sus manos y
construyeron un
techo con
corteza de
abedul. Luego
cubrieron las
vigas al
descubierto con
peque�as ramas y
las rellenaron
con pasto y
arena. Despu�s
pasaron barro
por las paredes
usando una
peque�a pieza de
madera para
estirarlo.
"La tarea m�s
importante fue
la construcci�n
de un horno.
Pero, �d�nde
pod�amos
conseguir
ladrillos? No
hab�a elecci�n
sino hacerlos.
Mezclamos barro,
arena blanca y
esti�rcol de
caballo con agua
(...). Despu�s
de mezclarlo, lo
aplastamos con
los pies, hasta
que el revoltijo
estaba
suficientemente
liso como para
usarlo. Lo
vertimos en un
molde, lo
presionamos y lo
dejamos sobre
unos tablones.
En el sol los
ladrillos se
secaron y
endurecieron
(...).
Finalmente
ten�amos
suficientes
ladrillos para
un horno�.
Seg�n Zemzare,
los guardias
chekistas le
dieron a su
grupo s�lo
harina para
comer y les
dijeron a las
mujeres que
pescaran para
tener comida,
siendo una vez
m�s una tarea
tradicionalmente
masculina en la
cultura letona.
Pero all� s�lo
hab�a unos pocos
hombres ancianos
en el campo de
trabajo y
algunos chicos.
Las mujeres
mezclaron la
harina con agua
y la frieron en
un barril como
pan sin
levadura, y si
no hab�a pan,
con frecuencia
no com�an.
Adem�s de las
brutales
condiciones de
los campos, los
guardias
sovi�ticos
aterrorizaban a
los deportados.
Las raciones de
comida eran
escasas y no
reemplazaban las
calor�as
gastadas a
trav�s del
trabajo al que
les obligaban.
Ruta U. dice que
aquellos que
hab�an tra�do
algunas reservas
de comida pod�an
usarlas, pero
los restantes
viv�an en la
miseria.
Entonces los
deportados
arrancaban
hierbas, malas
hierbas, ortigas
y hac�an comidas
con ellas. Pero
poco tiempo
despu�s ya no
quedaban plantas
comestibles
disponibles.
"Nunca olvidar�
un momento que
se me figur�
como el hambre
m�s profunda y
triste. Cuando
recib�amos la
raci�n mensual
de pescado, no
tir�bamos los
huesos. Se
guardaban,
secaban en una
olla y se
consum�an. Un
d�a mi peque�a
hermana Maya se
sent� sola junto
al fuego. En la
peque�a sart�n
que estaba sobre
dos ladrillos,
hab�a algunos
huesos de
pescado. Con
gran cuidado los
gir� de un lado
al otro, para
apresurar su
secado. Se sent�
all�, con sus
peque�as manos
cruzadas en el
regazo
harapiento,
sucio, esperando
impacientemente
por algo para
comer. Incapaz
de esperar m�s,
levant� los
huesos uno por
uno y los
devor�".
La gente se fue
debilitando y
quedaba lisiada
por la diarrea,
el escorbuto, la
malaria y la
tuberculosis.
Muchos no
sobrevivieron al
primer a�o.
Zemzare describe
un d�a en
agosto:
"1942... en
agosto, vinieron
a recogernos.
Est�bamos siendo
llevados a
pescar. El
peque�o Janitis
de Vera estaba
enfermo, ten�a
difteria. Minna
Rubens estaba
all�. Nos
llevaron a
Nosoboyev. No
hab�amos ido
lejos cuando
alguien vino
corriendo detr�s
nuestro,
gritando que el
Janitis de Vera
hab�a muerto
(...). Y
entonces otro
hombre jud�o se
hab�a congelado,
all� en el
Yenisei, hab�a
ido a vender
cosas a los
otros koljoses
(...). Cuando la
se�ora Lazdins
muri�, no s�
c�mo fue
enterrada... Yo
estaba muy
enferma cuando
la enterraron�.
La hermana
peque�a de Ruta,
Maya, sufr�a de
dolencias en la
cabeza, y la
nuca se le
cubr�a de
abscesos. Su
cabello, pegado
con pus, estaba
infestado con
piojos. Su
hermana mayor,
Dzidra, se puso
extremadamente
delgada, y todo
su cuerpo estaba
cubierto con
for�nculos
supurantes
dolorosos. La
abuela de Ruta
muri� poco
despu�s de su
llegada y su
madre en 1943.
Las hermanas m�s
j�venes fueron
enviadas a un
orfanato. As�,
la joven Ruta
fue abandonada a
su suerte, sin
ser una adulta
a�n pero
considerada
demasiado mayor
para ser ubicada
en una
instituci�n, con
16 a�os.
S�lo un peque�o
n�mero de los
deportados en
1941 regresaron
m�s tarde a
Letonia. Como
describi�
Zemzare:
"Familias
completas
murieron all�.
Familias
completas
murieron. Hab�a
una familia
llamada Ragailis,
eran cinco, y
probablemente
todos murieron.
La familia
Ragailis. La
familia Voicitis...
casi todos
murieron.
Pusieron a la
madre y al
peque�o Andritis
juntos en un
ata�d.
Valentina... no,
Paulina se
congel� en el
r�o. La se�ora
Lazdins era de
Daugavpils, su
hijo Konrads
muri�. El hijo
de los Nice,
Arnolds, muri�.
Alrededor de la
mitad de la
gente hab�a
muerto para la
primavera.
Est�bamos en una
especie de
costa, y hab�a
un valle y luego
otra especie de
colina. En esa
colina hab�a un
gran, gran
agujero, y ellos
llevaban a todos
all� y los
tiraban en ese
agujero - no
pod�as cavar
nada en el
invierno - que
era considerado
el Norte,
Agapitovo, que
contaba como el
norte.
Arrastraban a
todos all� y los
tiraban en ese
agujero, sin
ata�d ni nada,
s�lo los tiraban
all� desnudos.
Todav�a veo todo
frente a m�.
Luego en la
primavera
cubr�an el
agujero".
Claramente,
experimentar las
muertes de
tantas personas
fue pasmoso para
Hilda Zemzare.
Ella recuerda
v�vidamente que
no s�lo murieron
individuos, sino
que familias
enteras
perecieron en
esas
circunstancias
horrendas.
Tantas almas se
perdieron que
pocos vivos
quedaron para
llorarlos. De
hecho, el
objetivo de la
Uni�n Sovi�tica
en ese exilio
parec�a ser la
erradicaci�n a
trav�s de la
hambruna masiva
y la exposici�n
en vez de la
mera contenci�n.
Zemzare, incapaz
de soportar que
el cad�ver de su
madre quedara
sin un funeral
apropiado,
condujo el
entierro en
desobediencia a
las �rdenes de
la Cheka. Esta
forma de
resistencia que
adoptaron
algunos era con
frecuencia una
determinaci�n
por conservar la
humanidad.
"Est�bamos en el
borde, y mi
madre dorm�a en
el lado derecho.
Yo calentaba un
ladrillo y lo
pon�a en sus
pies, sus pies
siempre estaban
muy fr�os. Y
entonces una
noche - ya era
tarde - estaba
calentando el
ladrillo y
poni�ndolo en
sus pies, y de
pronto sent� que
no se estaba
moviendo... Y
ella hab�a
muerto... y
corr� a ver a la
Se�ora Nice, mi
vecina, por
alguna ayuda.
Hab�a cierta
tienda, una
tienda especial
all�, donde
todos los
muertos eran
colocados. Mucha
gente ya hab�a
muerto... Los
perros hab�an
masticado las
cabezas de
aquellos que a�n
no hab�an sido
enterrados... de
los muertos...
esos perros de
los pescadores.
Y entonces la
se�ora Nice me
ayud�. Entonces
fui a los
pescadores,
consegu� algunos
tablones, hice
un peque�o
ata�d. No s�lo
usamos las
tablas, sino que
tambi�n pusimos
aserr�n y otras
cosas... El
suelo estaba
terriblemente
congelado. Y
entonces la
se�ora Kom y
Maija Lazdina y
Ksenija
Fleiberga...
todas fuimos a
cavar la tumba.
Se nos mostr�
d�nde estaban
las tumbas. Pero
obviamente no
pudimos cavar
muy profundo, y
la hicimos
superficial,
superficial,
porque todo el
suelo estaba
completamente
congelado. Y
entonces la
pusimos en un
trineo, estaba
nevando. Y la
enterramos all�".
Despu�s de la
guerra, muchos
deportados
pidieron permiso
de las
autoridades
sovi�ticas para
regresar a
Letonia. La
mayor�a de las
peticiones
fueron negadas.
Sin embargo
debido a la
iniciativa y
esfuerzos del
personal del
Departamento de
Orfanatos del
Ministerio de
Educaci�n de
Letonia, m�s de
1.300 ni�os
fueron
regresados a su
hogar desde
Siberia en 1946.
Entre los que
regresaron
estaban Ruta U.
y sus hermanas.
Ruta terminar�a
sus memorias el
13 de octubre de
1950, un d�a en
que casi fue
arrestada
nuevamente en su
casa en Letonia,
habiendo ya
servido cinco
a�os de trabajo
forzado, para
ser enviada otra
vez al Gulag
siberiano.
"�Tendr� la
suerte de
quedarme en
Letonia? Espero
vivir lo
suficiente para
ver que el poder
de los
comunistas
llegue a su fin.
Pero �podr�
alguna vez
olvidar que
fueron
responsables de
que tantas vidas
inocentes
terminaran
tr�gicamente en
la desolada
taiga Siberiana?
�Por la muerte
de mi madre y
abuela, por la
miseria de mis
hermanas, y por
los a�os
perdidos de mi
juventud? A
veces me
encuentro
temblando con
rabia y deseos
de venganza.
Pero, �ser�
arrastrada fuera
de mi tierra
otra vez? S�lo
me queda un
deseo. Espero
que estas
recolecciones,
estas memorias
de mis a�os
juveniles en
Siberia, sean
le�das por
muchos".